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11 ago 2013

Lo cierto es que.

¿Qué resite inalterable el paso del tiempo?

Lo que existe, lo real y lo que algo de verdad tiene.

El tiempo es un inmenso tamiz sobre el abismo y nuestra existencia la arena derramada que se cuela por él. En su gruesa trama quedan solamente, como gemas, la verdades que pudimos comprender en vida. Verdadera felicidad, verdadero daño, verdadero amor, verdadero dolor. 

El Arte contiene alguna de ésas perlas de verdad, por eso es imperecedero. La ficción, pulida finamente  por el artista, refleja la realidad como un espejo mágico. Apreciamos verdadera determinación en el David de Bernini, podemos comprender la ambición verdadera leyendo Macbeth.

La obra de arte puede no ser bella, pero siempre es legítima

La belleza aunque privada, ofrece un disfrute compartido, gratuito. Detrás de ésto está el mohín de las bellas, sus reparos a ser miradas. Saben que están dando más de lo que reciben.
Por esto cuando la belleza se suma a la sencillez se hace natural y libre. Se convierte en algo sublime. Algo tan difícil de explicar como sencillo de apreciar.
 Si se sabe mirar.

3 ago 2013

Las barbas del levante.

foto Juanlu gonzález
La rociá de la mañana y el nublo que cubría el monte amortiguaban las primeras luces del amanecer. Joaquín bajó la pequeña ladera apoyándose en el cabo del espioche. Hacía levante, la humedad era tanta que apenas se podían ver los reflejos del arroyo en el fondo del canuto. Había escogido un mal sitio para bajar, un cortado lleno de chaparretas jóvenes, hojarasca y tierra suelta pero desembocaba justo encíma del brezal. De esta manera se llevaría la faena pareja al canuto y al terminar estaría junto al mulo. Si el día se daba bueno iba a llegar pronto al pueblo, no las había cogido todavía y ya tenía vendidas las cepas. Estaba sereno y contento como para ir cantando:
Una mujer fue causa de mi perdición primera...-del fondo del canuto surgió una voz familiar:
-...No hay perdición de los hombres que de las mujeres no venga. 
Al principio le pareció que alguien  había llegado antes que él, pero al ver su sombra agachada, apartando unas matas de brezo mientras andaba penosamente supo que no. Había visto esa silueta al lado suyo en el monte infinidad de veces, le reconocería siempre.

- ¡Carlos!, ¡Moniato!, -soltó apresuradamente el espioche y bajó de un tirón los pocos metros que le faltaban de cuesta para quedarse a unos pasos de la sombra, y se paró en seco- Pareces otro desde que no nos vemos.
-¿No te doy miedo?-sonó la voz familiar, sin ninguna impostura.
-Miedo no, respeto...
La sombra permaneció inmóvil unos segundos, dando aún la espalda a Joaquín. 
-No voy a estar cambiado, si me he muerto... majarón que eres majarón.
Ambos rieron, aliviados. Se giró quedando enfrentada a su amigo. Sin ningún relieve o detalle, era sólo oscuridad, un hueco con forma de hombre abierto frente al brezal. Joaquín incluso hizo un amago de darle la mano, pero se quedó a medio camino.

-Muerto,sí, eso dice la gente. Que te encontraron con la cabeza abierta en el risco, que ibas ciego montado en el mulo.
-¡Ciego!, tu sabes perfectamente que nunca me he montado en una bestia estando fresco. 
-Ya, pues díme quienes fueron.
-Tu estás tonto, ¿que quieres que te envereen a ti también?. Yo he venido para pedirte nada más que cuides de mis chiquillos. Lo que tu puedas.
Casi ofendido, Carlos contestó.
- El grande está ya con nosotros, el chico y la niña están con tu hermana Carmen mientras preparamos la gañanía para que se vengan también.
-No esperaba menos de ti, Joaquín...amigo... hasta luego.


La oscuridad desapareció suavemente como tinta disuelta en agua, en un segundo se vislumbró el brezal a través de ella hasta desaparecer por completo. Ya había amanecido del todo. Joaquín se sentía cansado así que se sentó. Había pasado mucho miedo, pero supo contenerse. "Al menos él tampoco sabe que fui yo" musito mientras volvía sobres sus pasos en busca de la soleta. Al darse la vuelta vio sobre la cuesta un venado blanco tan grande como un caballo. Le miraba fijamente, si el ciervo hubiese saltado hacia él lo habría aplastado sin remedio sin embargo Joaquín estaba paralizado. Sin dejar de mirarle, el ciervo bajó la cuesta y pasó junto a él con parsimonia. Parecía estar hecho de cera tallada, sólo las enormes cuernas, como ramas puntiagudas de un árbol muerto, deshacían la apariencia espectral del animal. Pasó como un escalofrío y fue bajando hacia el arroyo hasta perderse entre las adelfas.